viernes, 23 de abril de 2010

En Compañía.



Había subido las escaleras lo más rápido que pude; estaba sofocada, cansada, sin fuerzas, casi no podía mantenerme en pie.

Cogí las lleves de mi bolso, abrí la puerta tan deprisa que no me di cuenta del monto en el que había entrado en casa.

Tan pronto como volví en sí, pero aún muy nerviosa, me di cuenta de que tenía toda la camisa blanca manchada de sangre.

No sabía si alguien me había visto en aquella calle oscura, tan solo iluminada por la noche. No sabía si me habían sequido; Lo que sí sabía, era que estaba metida en un buen lío.

De pronto sonó el timbre.

Sentí cómo mi corazón palpitaba detrás de mis orejas, cómo me ponía colorada como un tomate, cómo mi cuerpo temblaba como un títere. Rápidamente me eché hacia atrás y choqué con una mesilla de cristal donde se cayeron unas velas.

El timbre volvió a sonar...

Me ponía más nerviosa. Sabía y daba por seguro que era alquien que me había visto. Esa noche sabía que iba a morir.

De pronto se oyeron unos golpes en la puerta y un hombre gritaba:

-¡Abra la puerta, abra la puerta!

Al oír esta voz me aturdió mucho más de lo que estaba y mi corazón... no creía que iba a soportar mucho más.

Sentí cómo algo metálico chocaba con la cerradura. La estaba forzando. No podía hacer nada, estaba perpleja, paralizada, sin ánima en el cuerpo...

Se abrió la la puerta, entró, se acercó, pero no le ví la cara, tenía los ojos llenos de lágrimas por el pánico.

Cuando las lágrimas ya habían caído, me di cuenta de que no era nadie más que mi novio.

Me abrazó y yo a él, como si fuera el último día que lo hiciese.

En ese momento sentí que estaba segura, a salvo, él estaba conmigo.

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